Alter Do Chao, la joya del Amazonas
- Caro lamatta
- 14 abr 2017
- 3 Min. de lectura

25 días en el Amazonas, parte III
Después de tres días de vaivén, tengo que estar una hora y media acostada en una banca hasta que el mundo se deje de mover. Hemos llegado a Santarem, puerto de 61 mil personas y uno de los más grandes que hay entre Belem y Manaus.
Cuando recupero un poco el equilibrio me paro como borracho en cantina y ante la cara de preocupación de Claudio, respondo –ya estoy bien. No lo estoy, pero es hora de avanzar, Alter do Chao nos espera.
Sí que nos esperaba. Con su sólida tierra firme, sus playas de arena fina y blanca, sus aguas transparentes y su eterno sol. Alter do Chao es la joya del Amazonas, un paraíso impensable en el medio de la selva. Un pueblo con la playa de dos ríos, lleno de viajeros, artesanos, y turistas gordos que toman cerveza helada en sus yates al ritmo del forró.
Nos instalamos en una playa vacía cerca de un árbol. De sus ramas colgamos la hamaca y armamos la carpa para guardar las cosas. Esta noche dormiremos sobre el pareo bajo las estrellas y mis sueños serán más intensos.
A la mañana siguiente nos rendimos en la arena caliente ante el sol y en las tarde nos instalamos en la plaza a parchar con los artesanos. Todos hacen macramé, igual que nosotros. La diferencia es que ellos viven de eso. Nosotros somos malos vendedores, así que lo hacemos para sumar, pero no para sobrevivir. Entre conversa y cerveza vendemos una que otra puslera y nos ponemos felices.
A nuestro alrededor corren los niños con globos en las manos. Todo el pueblo está reunido comiendo salgados y mirando hacia al frente donde una mujer hace figuras con la gracia de una gacela en una tela roja. Es de la asociación de circo, un grupo de viajeros malabaristas que decidió quedarse y armar una comunidad a las afueras del pueblo. Ellos, en conjunto con los malabaristas que andan de paso, ofrecen talleres y shows para los lugareños y los turistas interesados. Me muero por quedarme y retomar lo poco que aprendí haciendo tela en una casa ocupa en la universidad, pero tenemos una fecha límite y un segundo barco que tomar.

Un jueves soleado nos recibe Ana Beatriz, la embarcación que nos llevará hasta Manaus. Ana es más grande que los demás y tiene cine. Bendito cine que me ayudará a escapar del calor por un par de horas. El barco está lleno hasta su máxima capacidad. Entre hamaca y hamaca hay 30 centímetros de espacio. Sobre ellas, frutas, a su alrededor mujeres en jeans, señoras en túnicas, hombres morenos y muchos bebés que se ponen de acuerdo para llorar.
Horas después de que desparece el sol, se escucha forró en la cubierta. El forró es un estilo de música brasilero que se baila apretado y se escucha en el norte del país. La luna llena ilumina la cara de Claudio que no oculta su disgusto. Atrás mío, frente a él, un grupo de jóvenes fuma y bebe. Conversan animados en un portugués difícil de entender. Cada vez que terminan un cigarro lo tiran al río oscuro. Comenzamos a quejarnos entre nosotros, nos preguntamos el uno al otro cómo puede ser que estas personas estén ensuciando con tanto relajo la selva más citada en la ecología de nuestros tiempos. Salvemos a la selva amazónica, no dejemos que deforesten la selva Amazónica, la selva Amazónica es el pulmón del planeta dicen las pancartas de Greenpeace. Pero a estos chicos no les interesa, y probablemente nunca antes han escuchado las palabras ecología y contaminación. Ellos continúan hasta que se les acaba la cachaza y terminan por lanzar el vaso por la borda.
Dibujo un mandala en mi bitácora y Claudio me interrumpe. Tiene cara de maldadoso, me muestra sus manos y trae una palta. Me emociono, no he visto una palta en semanas. De dónde la sacaste, le pregunto. Me pide que lo siga. Me bajo de la hamaca, dejo mi mochila con candado y voy detrás. Bajamos por la escalera metálica hasta el primer piso donde duermen los autos. Claudio se da vuelta y pone su dedo en sus labios indicando silencio. Hay un hombre que descansa con los ojos cerrados en una hamaca que cuelga de las vigas. Está resguardando los cajones de fruta. Nos movemos sigilosamente en la oscuridad hasta encontrar una columna sin vigilante. Yo saco las paltas, él me cubre la espalda. Le siguen las bananas. Nos miramos con una sonrisa cómplice y nos reímos por lo bajo. Misión cumplida, tenemos cena para los tres días.
Continúa con...25 días en el Amazonas Parte IV

EL CARGAMENTO DE ANA BEATRIZ

MI PIEZA, MI LIVING, MI PATIO Y EL DE TODOS LOS DEMÁS


ALTER DO CHAO

COSTANERA ALTER DO CHAO


Comments